Diez años con el euro: “La vida no sigue igual”
Del entusiasmo inicial de los ciudadanos con reluciente moneda nueva al desencanto avivado por una crisis que ha hecho tambalear los cimientos del proyecto de la casa común europea. Justo en el momento en que el cerco de los mercados ha llegado a poner en duda su misma viabilidad, el euro cumple diez años. Y, cuando en vez de soplar las velas, toca apagar un incendio, nadie se atreve a entonar con convicción plena el deseo de que el homenajeado vaya a cumplir muchos más ni que se repita la felicidad en su día.
A pie de calle, la sensación mayoritaria es que, tal y como reconocen los expertos, el azote de la crisis hubiera sido aún más doloroso para España fuera del escudo de la eurozona, pero también es casi unánime el reproche de que el célebre «redondeo» al alza no ha cuadrado ni con las expectativas más pesimistas. Nadie da euros por pesetas, y los precios se han disparado en esta década muy por encima de la masa salarial. Un reciente informe de la OCU revela que en 2001 la cesta de la alimentación suponía para las familias españolas un desembolso medio de 765.378 pesetas al año, unos 4.600 de los nonatos euros. Una década después, llenar la nevera salía por 6.800 euros, un 48% más.
En estos años, el alza de los salarios no llega al 14%, señala el mismo informe recogiendo datos del INE: en 2002 era de 19.802 euros brutos anuales y en 2009 (última encuesta publicada) se situaba en 22.511 euros.
El pan nuestro de cada día es ahora un 85% más caro. Las patatas también se han disparado un 116%, y los huevos, un 114%. Sin embargo, los efectos colaterales del euro en el bolsillo no se han limitado al plato y sus aledaños. La vivienda nueva, incluso después de que comenzaran a volar los cascotes tras el gran estallido de la burbuja inmobiliaria, cuesta un 66% más que hace diez años, según datos de la Sociedad de Tasación.
Y si tener casa se convirtió en misión imposible, salir de ella también supone un buen viaje para el bolsillo. Coger el tren es un 45% más caro; el autobús, un 48% y el transporte urbano, un 58%. Los efectos de la crisis en el sector han provocado que el precio medio de los automóviles apenas se haya disparado un 4,5% desde 2001.
Sólo la tecnología ha ayudado a vislumbrar menos pixelado nuestro balance financiero. Televisiones, cadenas de música o lectores de DVD son hoy un 62% más baratos, las cámaras de fotos cuestan un 72% menos y las videocámaras, un 6%.
Pero para los ciudadanos que el 1 de enero de 2002 hacían cola en cajeros y sucursales para tener entre sus manos los primeros billetes de la nueva moneda, el embriagador aroma de la euforia era más poderoso que cualquier recelo o previsión agorera. «El entusiasmo por el euro desbordó a la Banca», reflejaba la portada del ABC del miércoles 2 de enero, ilustrada con una instantánea de los cientos de personas que aguardaban durante horas en la sede central del Banco de España para cambiar sus antiguas pesetas. Las 900 sucursales bancarias que habían abierto el primer día del año habían sido insuficientes para colmar el fervor y la curiosidad, y buena parte de los cajeros aún se aferraban a las pesetas, en especial en las capitales de provincia. Alentados por una ejemplar campaña de comunicación, los españoles retiraron 75 millones de euros en un solo día.
Alza inmediata
Con independencia de los primeros ajustes operativos, que se solventaron con ejemplaridad en las siguientes jornadas, el español de a pie no tardó en notar el efecto de la implantación de la nueva moneda en su cartera. En no pocos casos se estableció cierta equivalencia psicológica entre las 100 pesetas y el euro, aunque el cambio real era de 166,386 pesetas. Lo mismo ocurrió con las 2.000 pesetas y los 20 euros (que realmente valían 3.328 pesetas) o con las 5.000 pesetas y los 50 euros (8.319 pesetas). Las consecuencias fueron devastadoras: en 2002, los precios crecieron el doble de lo previsto.
Que el dinero diera «menos de sí» se asumió como un mal menor necesario por formar parte de un proyecto que nos ponía en la locomotora del crecimiento. Y así ha sido hasta que las turbulencias globales sembraron la desconfianza y abonaron las dudas. Casi nadie duda de que bajo el paraguas comunitario llueve un poco menos, pero el eurobarómetro del pasado 29 de noviembre señalaba que España es uno de los países en donde los ciudadanos (tan sólo un 44%) confían menos en la capacidad de la UE para ofrecer soluciones a la crisis.
En todo caso, nos hemos acostumbrado al euro, aunque sigamos utilizando el cálculo mental en pesetas, sobre todo para las grandes transacciones. No es una rareza autóctona. Un estudio reciente confirma que tres de cada cuatro alemanes aún piensa ocasionalmente en marcos. Y aunque la peseta es ya un objeto de antaño, el importe de los billetes y monedas que, en manos de coleccionistas, nostálgicos o turistas, todavía no se han canjeado alcanza los 1.708 millones de euros, según datos del Banco de España.