La Asunción de la Virgen a los Cielos

Así como en estos veranos calurosos buscamos adentrarnos en los cálidos mares y buscar las alturas en los montes para refrigerarnos del agua y del verdor, también, en este áspero camino de la vida, hacemos un receso y elevamos la mirada de veneración a la Virgen María en la Asunción a los Cielos, para confortarnos todos los cristianos viéndola glorificada de la carne y la vida eterna.
“Mujer vestida de sol, calzada de luna y coronada de estrellas” como nos la indica la lectura del Apocalipsis. No marcha a un cielo tal y como lo conocemos académicamente, un firmamento estrellado, sino que subió para estar en la infinitud del tiempo y el espacio de Dios.
Es el mejor testimonio del Señor, quien nos creó para que podamos gozar eternamente con Él en el cielo, siendo el triunfo de la razón y la esperanza. Además, en el Credo, es donde profesamos nuestra fe en la resurrección de los muertos y la vida perdurable tras el sueño sepulcral. Este hecho espiritual muy tradicional en las Funciones de Instituto de nuestras Hermandades y Cofradías. Verdades, que se apoyan en la palabra de Jesús, el Hijo de Dios. En la última Cena, la del Jueves Santo, Jesús nos lo volvió a decir, que nos quería a todos allí arriba “Voy a prepararos un lugar”.
Es la fiesta de la Asunción, que celebramos el día 15 de agosto, significa que María no permaneció en poder de la ignominiosa muerte. El lenguaje cristiano llama “dormición” a la muerte de María. Con esto se quiere decir que, la Santísima Virgen al finalizar con nosotros su vida corporal, vida pasajera, no tuvo que esperar al final de los tiempos para participar, como después de un breve sueño, en la resurrección de su Hijo Jesús. María es beneficiaria en primera fila de la resurrección con ocasión de su maternidad divina y la plenitud de gracia.
Este día 15 de agosto, la Iglesia nos vuelve a invitar a festejar la alegría de María resucitada y glorificada; y con ello nos invita, simultáneamente, a reavivar nuestra fe y nuestra esperanza en la propia resurrección. Por tanto, lo que para la Virgen María es un hecho consumado, para nosotros, a pesar de las actuales elevadas tribulaciones espirituales, la secularización de la sociedad y la desacralización en la vida ordinaria, constituye un objeto de esperanza.
María Santísima, a través del Magníficat, se regocija en Dios su salvador. La búsqueda ansiosa y desesperadamente infatigable de las personas, mujeres y hombres, es la de un mundo mejor. Pero sin saberlo, muchas veces buscamos la salvación. Y es que, el cristiano lleva de forma inherente a su condición humana la salvación, sí vive su fe, si se aplica a recibir de verdad al Señor que viene a él o ella en la verdad del Evangelio y en el encuentro con los Sacramentos, aunque cada vez lo recibamos menos, puede transmitir desde el interior silencioso a sus más cercanos la alegría como manantial de esperanza de la que gozó en la plenitud de la vida la Virgen María.
¿Cuál es el secreto que llevó a tanta gloria a la Virgen? Vosotros, nosotros, los cristianos bien lo sabéis, especialmente, los hermanos de las cofradías penitenciales, sacramentales y de gloria de erección canónica que está presente en vuestras vidas ordinarias, en la familia, en el trabajo, a pie de calle, en sus fiestas litúrgicas. No fue la plenitud de gracia, que también; ni siquiera su maternidad divina, que por supuesto también. Sino la sumisión y la entrega de toda su humilde y silenciosa persona a los planes y designios de la voluntad de Dios.
“Bienaventurados los que oyen la palabra de Dios y la guardan” nos dice Jesús. Aquí tenéis bajo el palio del cielo a la Virgen escuchando reverente y cumpliendo fidelísimamente los designios del Señor. No la sierva, sino la esclava que se declara para cumplir en sí misma la voluntad divina. Es la más fiel cumplidora de la Palabra de Dios, a su vez, la más glorificada, como lo promete el Señor.
En este día de la Asunción, la misericordia de Dios se hace presente sobre la humanidad, su amor, su bondad, su alegría, su perdón, su omnipotencia, abriéndose las durezas de las ideologías en verdaderos síntomas de justicia impregnada por la caridad de Cristo. Y ahí está María coronada en los cielos del Universo, sin las limitaciones del mundo material, sin estorbos, sin restricciones corporales, ejerciendo de Madre desde la Encarnación del Hijo de Dios hasta su Resurrección tras la Pasión y Muerte, y junto a Él con todos nosotros, humildes siervos, de quienes también es Madre, como frecuentemente decimos: Santa María, Madre de Dios ruega por nosotros, pecadores. Paz y Bien.
Rafael Leopoldo Aguilera Martínez