Semana Santa
Con este Domingo de Ramos, la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén, comienza la Semana, que el pueblo fiel ha calificado de Santa. Es el periodo litúrgico de contenido más denso y conmovedor. Con ritos de vivo simbolismo, la Iglesia desea imprimir en el corazón de sus fieles un profundo sentimiento de veneración hacia los misterios de la Redención humana.
Entre las muchas consideraciones que pudieran hacerse sobre las funciones sagradas de estos días, son particularmente dignos de notarse los hermosos contrastes, que son los cantos triunfales y aun jubilosos a la Cruz y a la obra redentora de Cristo, que resuenan de vez en cuando, y tienen el poder de evocar a nuestra mente el doble aspecto del drama de Jesús: sus tremendos dolores y el dichoso fruto de los mismos, nuestra Redención.
Desde los himnos entusiastas de los niños entre palmas y olivos en el Domingo de Ramos, “Bendito el que viene en nombre del Señor”, hasta el canto regocijado del Aleluya con el que la Iglesia comienza la celebración gloriosa de la muerte de Jesús en el día de Pascua, se van sucediendo los días de esta semana entre el llanto y la dulce esperanza, la admiración por el amor de Cristo y la tristeza por nuestras infidelidades. La velación de las imágenes y de la cruz- el Jueves con un velo blanco-, la solemne postración de los sacerdotes ante el santo altar del Viernes, las matracas y las campanillas en el día de la institución eucarística, el himno Cruz fidelis, todo ello consigue entremezclar estos encontrados sentimientos armonizadores de modo admirable para el corazón y el alma.
Fomentémoslo también nosotros desde de nuestro corazón asistiendo al Triduo Pascual. No nos pasen inadvertidos estos días de dulces emociones y de santa conversión a Dios. Recordemos las palabras de San Pablo: El que peca, renueva la crucifixión de Cristo. Siendo así ¡cuántos motivos para llorar la muerte del Redendor! Oigamos como dicha a nosotros aquella frase que la Iglesia repite en las lecciones del Oficio de Tinieblas: Jerusalén, Jerusalén, convierte al Señor tu Dios.
Al pie de la Cruz, renovemos nuestro propósito de servir fielmente al Señor. Las austeridades y exhortaciones de la Cuaresma, que hemos practicado, y los oficios de esta semana tienden a recabar de nosotros esta decisión de fidelidad al servicio de Dios. Paz y Bien.
-Rafael Leopoldo Aguilera Martínez-