BROTES VERDES, por Jesús Martín Gomez
Algún día suelo quedar para desayunar con uno de mis mejores amigos. Un tipo peculiar, como lo son la mayoría de los que se dedican al mundo de las artes, pero cuya mirada sobre la sociedad está henchida de algo que en general se ha perdido. Una mirada crítica sobre los acontecimientos, amarga como la de alguien a quien le duele que sucedan ciertas cosas y sobre todo llena de un buen sentido del humor que resta gravedad a cualquier asunto. Se agradece poder hablar así, libremente, con alguien cuya visión va más allá de posiciones ideológicas, políticas, religiosas o futbolísticas. Sin otro fin que el placer de conversar pensando que estamos arreglando el mundo cuando en realidad lo que hacemos es dar un respiro a nuestras almas.
Se trasluce un hecho: el pesimismo se ha instalado en nuestras vidas. Todos escuchamos que estamos en un cambio de época, que las estructuras que conocíamos tienen que ser cuestionadas, que las ideologías son gaseosas o que ya nadie respeta porque hay crisis de valores. El momento actual está especialmente marcado por la desesperanza, ha caído el mito del progreso que parecía nos llevaría a la cumbre del desarrollo humano y lo único que ha conseguido es que nos hagamos fotos con filtros en Instagram. Esto nos lleva a preguntarnos ¿este es el esplendor de la civilización y del desarrollo de la humanidad?
Conversaciones como las que mantengo con mi amigo me llevan a descubrir que por encima de lo que aparece en redes sociales o se publicita en tantos medios de comunicación, aún hay “brotes verdes”. El corazón del ser humano no ha cambiado, siempre reclamará algo que lo ayude a respirar permitiéndole ser aquello para lo que ha sido pensado. Aquella famosa expresión sobre la recuperación de la economía puede ilustrar la situación en que nos encontramos descubriendo que, a pesar de lo inestable del momento actual, no todo está perdido. En el fondo del corazón humano todavía existe el anhelo de bondad, verdad y belleza. “Brotes verdes” que señalan que no ha cambiado nada y la humanidad es como un adolescente que no sabe lo que quiere pero que sigue reclamando aquello que realmente necesita.
Ofrecer la esperanza como un tesoro que nos ayuda a considerar una y otra vez este fondo de la humanidad, esta bondad original, es la tarea de los creyentes. Tal vez no sea casualidad que el Papa Francisco haya querido llamar al próximo jubileo del año 2025 “Jubileo de Esperanza”. Quizá sea una intuición certera sobre lo que nuestros contemporáneos reclaman y nosotros como creyentes necesitamos. La esperanza que nos ayuda a desestimar lo mundano y aferrarnos a la vida sobrenatural, a la promesa de Dios.
Jesús Martín Gómez
Párroco de Vera