Insultos en campaña

Una de las consecuencias de las campañas electorales es que arrecian las mentiras, las promesas que no se van a cumplir –y ellos lo saben, aunque muchos de los que les votan se lo creen– …y los insultos al rival. Fue no hace mucho Pablo Iglesias el que propuso “naturalizar el insulto a cualquiera que tenga una responsabilidad política”. Y a fuer que lo practica con dedicación e intensidad y en todas las direcciones. También el ministro de Universidades, mostrando la altura que da el cargo, justificó los insultos en la Complutense a Díaz Ayuso cuando la nombraron “alumna ilustre”. Lo hacen en el Parlamento, la máxima representación del pueblo y de la democracia, y fuera de él.
Insultar es, para algunos, un deporte que tiene sus olimpiadas en las campañas electorales. Algunos han entrenado fuerte y ya les salen las marcas casi sin esfuerzo. Pero, en general, los insultos son básicos, sin imaginación, vulgares: ignorante, sectario, cínico, inmaduro, mentiroso, incompetente, vago, ignorante, que todo eso se lo han llamado a Núñez Feijóo, al que también han calificado de “el primo de Rajoy”. A Yolanda Díaz su “mentor” Pablo Iglesias le ha llamado cobarde, miserable y estúpida en sus planteamientos políticos. A Irene Montero le han llamado desde las filas del PP, inútil y soberbia y Echenique, Iglesias, Montero, Monedero y otros del grupo han llamado “gilipollas” a los votantes del PP y “hemofílicos, gilipollas, golpistas, pujos, indecentes y descerebrados” a los manifestantes de la calle Núñez de Balboa durante la pasada pandemia. Escasa imaginación. Vulgaridad. En esto, como en el debate parlamentario, urge elevar el nivel y echarle imaginación. Juan Carlos Girauta sugería hace un par de días términos como éstos: secahuertos, derribacruces, borradelitos, mataempresas, ahogajueces, colocazotes. Todos en una sola dirección.
Un periodista gallego, Fernando Ramos, aporta ideas al debate nacional: bocachancla, chirimbaina, alfeñique. Pero hay muchos más: tuercefrenillos, baldragas, mangurrián, cagalindes o pelandrín. En el prólogo de Forges al excelente “Manual de insultos para políticos”, de Pancracio Celdrán, que casi ningún político se habrá leído, el genial humorista proponía otros: tontoelglande, inflaescrotos, y dos más, sublimes: “concejal de urbanismo” o “tertuliano”. Celdrán sugiere con inteligencia términos como éstos: achocao, borlovino, escuchapedos, sinsolillo o vendecristos. Y uno excelso, culiparlante, que se aplicaba antes a los parlamentarios que solo tenían que levantarse y sentarse en las votaciones o, ahora, darle a un botón o a otro según les manden. Esto sí que es cultura.
Si los políticos emplearan estos términos confundirían a sus adversarios que no sabrían si les elogian o les retratan. Y tendrían que ir al diccionario, lo cual mejoraría sustancialmente su cultura. Nuestras televisiones, siempre atentas a elevar el nivel cultural, podrían hacer un casting con todos los citados más Rufián, Carla Toscano, García-Gallardo, Belarra, Otegui, etc. y poner en la parrilla programas como “Saber e insultar” (TVE 2), “Tu insulto me suena” (Antena 3), “Got Talent Insultos” o “La Isla de los Insultos” (Tele 5), “First Date Insultos”… Sería una pasada y se dispararían las audiencias… Insulta, que algo queda.
-Francisco Muro de Iscar-