Así fue el adiós de Zapatero
Hace justo un año, José Luis Rodríguez Zapatero departía amigablemente con periodistas en La Moncloa, en un improvisado corrillo durante la copa de Navidad. Sus palabras tardaron poco en trasladarse a los periódicos digitales y a las tertulias nocturnas de radio y televisión. Aunque, stricto sensu, no había noticia, el presidente del Gobierno daba la primera pista de que podía haberla en el 2011 entrante, y no era otra que su retirada de la vida política. Para ser precisos, que no concurriría a las elecciones generales, previstas en principio para 2012.
Zapatero dejó claras dos cosas a sus interlocutores: que tenía tomada la decisión y que sólo su mujer y otra persona, dirigente socialista por más señas, la conocían. Un anunció que avivó aún más cada declaración; cada ejecutiva del PSOE; cada gesto y, cómo no, cada encuentro en el confesionario del presidente del Congreso, José Bono, a quien muchos señalaban como el depositario de la decisión final del líder del PSOE. La incógnita se despejó finalmente el 2 de abril, en un Comité Federal de los socialistas donde Zapatero hizo oficial que no sería de nuevo el candidato y que éste se designaría en unas elecciones primarias. Solo lo primero fue cierto.
Tras un largo exordio defendiendo la gestión gubernamental ante la crisis, con afirmaciones hoy superadas por la realidad como “…la financiación exterior de España lejos de encarecerse sigue bajando y ello sólo se explica por la confianza creciente que fuera y dentro de España inspira este arduo y esforzado proceso de reformas que estamos llevando a cabo” Zapatero entraba en materia: “Cuando fui elegido presidente del Gobierno en 2004 pensaba que dos legislaturas era el periodo razonable al que podía aspirar para estar al frente de los destinos del país. Dos legislaturas. Ocho años. No más.” Un compromiso que se había cuidado mucho de no exponer en público en casi una década de responsabilidades al más alto nivel y que ahora justificaba “desde mi propia visión de liderazgo democrático” por el bien del PSOE, de España y, en última instancia, de su familia.
Ante los barones de su partido, Zapatero daba un paso atrás y anunciaba con gran pompa y boato la apertura de un proceso de primarias para elegir al candidato. Se recreaba así en la suerte: “El mecanismo del dedazo simplifica mucho las cosas, pero no es el nuestro ni el de la mayoría de la sociedad española, que no entiende, con razón, que los liderazgos democráticos puedan gestarse a través de otros procedimientos. Y nadie podía esperar de mí una actitud distinta.” Atentamente escuchaban, a pocos metros, Carme Chacón y Alfredo Pérez Rubalcaba.
El dedazo, versión Zapatero
Que la pugna por el liderazgo estaría entre la ministra de Defensa y el titular de Interior –como lo está ahora de cara al Congreso socialista de febrero- no ofrecía dudas. Como tampoco que la batalla tenía su inmediata correlación generacional (vieja frente a nueva guardia) y mediática (PRISA versus Mediapro). Meses antes, en su última crisis de Gobierno, Zapatero se desprendió de la persona que más trabajó a su lado durante su etapa como gobernante, María Teresa Fernández de la Vega, para designar nuevo vicepresidente y portavoz, sin perder los galones de Interior, a Rubalcaba. Y a nadie se le oculta el estrecho vínculo que une a Zapatero con el marido de Chacón, Miguel Barroso. Este escritor y gestor cultural fue su primer secretario de Estado de Comunicación antes de pasar a engrosar las filas de Mediapro, el imperio mediático de Jaume Roures, no sin antes dejar bien atada la concesión de un canal analógico que permitió alumbrar La Sexta, hoy absorbida por Antena 3 Televisión. Pese a su temprana salida de La Moncloa, nunca ha dejado de ejercer de asesor áulico de Zapatero.
Así las cosas los contendientes velaron armas y no bien había sonado el pitido inicial se lanzaron con denuedo a la tarea. Por un lado el grupo PRISA y los rescoldos del felipismo pidiendo evitar las primarias e incluso convocar un Congreso extraordinario para ungir a su candidato y por el otro los partidarios de la titular de Defensa reivindicando la democracia interna a beneficio de inventario. Y de fondo una fecha, el 22 de mayo, en la que el PSOE iba a medir en la que suele denominarse como mejor encuesta, la de las urnas, su fuerza electoral. Cuatro días después de esas elecciones municipales y autonómicas, que confirmaron la debacle socialista iniciada meses antes en las autonómicas de Cataluña, el camino quedaba expedito para Rubalcaba.
Chacón quería…
La factoría Barroso tenía todo preparado para el lanzamiento de la candidata Chacón, hasta el mínimo detalle. Hasta el discurso. Pero a última hora hubo que hacerle unos retoques ligeros desde el punto de vista lingüístico pero sustanciales en el plano político. Del “quiero” al “quería” con el que anunciaba su renuncia a la batalla interna, no sin lanzar una importante andanada contra Rubalcaba. Aquel 26 de mayo, una Chacón notoriamente hiperventilada fue desgranando como “quería” encabezar un proyecto que recuperara y actualizara “las señas de identidad de la socialdemocracia”; que “movilizara las energías del país para combatir el paro” o que, atención, “integrara generaciones socialistas y no las enfrentara”. Pero todo se frustró porque “desde el primer momento ha habido quienes, desde el Partido Socialista, se movilizaron contra la celebración de unas primarias” y “el severo castigo electoral que recibió el PSOE hizo que esos movimientos, en vez de amainar, se recrudecieran.” Y a continuación llegaba esta durísima frase, pronunciada por una dirigente socialista, miembro de la Ejecutiva del Partido, y ministra de su Gobierno, en la sala de prensa de la sede central del partido: “En los últimos días hemos asistido a una escalada que pone en riesgo la unidad del Partido, la autoridad del Presidente del Gobierno y Secretario General, nuestra imagen colectiva como partido e, incluso, la estabilidad del Gobierno.” Y eso, aseguró Chacón, es lo único que podía hacerle dar un paso atrás en su pelea por el liderazgo socialista.
Candidato Rubalcaba
Dos días después de la emotiva intervención de Chacón, la sede socialista de Ferraz volvía a ser el centro de atención. El Comité Federal designaba, despejado el camino, a Alfredo Pérez Rubalcaba, convertido así en candidato único de unas primarias que se convertían en papel mojado. Le presentaba Zapatero y durante su discurso el todavía vicepresidente del Gobierno y la ministra de Defensa, que tienen asignados dos sitios contiguos, no intercambiaban mirada alguna en una escena de gran frialdad que recogían las cámaras. El secretario general hacía el obligado elogio de su candidato apelando a su condición de velocista, modalidad que practicó durante su juventud en el colegio de El Pilar de Madrid. Y es que para Zapatero “…alguien que es capaz de haber corrido 100 metros en poco más de 10 segundos, es capaz de ganar en diez meses unas elecciones”. Zapatero destacaba también el que fuese una persona muy querida entre militantes y votantes socialistas. Pero también “…temido por algunos, por los terroristas de ETA, y sé bien de lo que hablo”.
El adelanto electoral tras las presiones de PRISA
El 18 de julio el diario El País anunciaba en portada un editorial titulado inequívocamente “Fin de ciclo” en el que cargaba las tintas como nunca sobre la situación de España “A la fecha nos encontramos un país amenazado de ruina, sin perspectiva, con serios problemas de cohesión social y aun territorial, en el que cunde la desilusión entre los ciudadanos sin distinción de ideologías o clase social. Existen motivos más que fundados para la intranquilidad, patente desde luego tanto en las manifestaciones de los indignados como en los resultados electorales de los recientes comicios” y sobre el presidente del Gobierno “…su incapacidad en la gestión, los magros resultados de las reformas apenas incoadas, más el lastre y la impotencia de una legislatura agónica auguran un deterioro imparable al que resulta imprescindible poner fin cuanto antes.” Y añadía con toda la intención el diario de PRISA: “…la fecha sugerida por algunos dirigentes socialistas para celebrar elecciones (finales de noviembre) es del todo tardía.” Poco más de un mes después Rodríguez Zapatero anunciaba el adelanto electoral para el 20 de noviembre, la fecha señalada expresamente como tardía por el rotativo.
Zapatero, después de un verano en el que la crisis de deuda situó a España e Italia al borde del abismo –no en vano supuso el principio del fin de Silvio Berlusconi como primer ministro- aceptaba adelantar las elecciones, a lo que siempre se había negado, pero le endosaba un postrero correctivo a quienes querían marcarle los tiempos.
En este final de año, y a falta de su adiós definitivo como secretario general del PSOE en el Congreso de febrero, Zapatero se adapta a su nueva vida en Madrid. Además de los actos protocolarios como ex presidente, formará parte, y dicen que activamente, del Consejo de Estado. Será el único antiguo inquilino de La Moncloa en este órgano, al que tuvieron que renunciar en su día por incompatibilidades Felipe González y José María Aznar.