España, una nación.

Las cosas han llegado a tal punto absurdo que en España todavía conviene defender lo que parecería ridículo en cualquier país moderno.
¿Se imaginan a algún francés, más aún si pensamos en alguien con cargo institucional, que necesite defender la existencia de la nación francesa? ¿Se imaginan a algún portugués, marroquí o tal vez a algún noruego? La tontuna de Zapatero, aquél que dijo que la tierra era del viento, nos ha llevado a este punto absurdo. ¿Zapatero? Ahora mismo me viene a la cabeza otro presidente, con bigote esta vez, que habló del Movimiento Vasco de Liberación o que consintió a Pujol y sus catalonian ayrgamboys cuanto éste quiso.
España es un estado asimétrico en el que los más ricos reciben privilegios económicos que necesitan los más pobres. Si piensan en el Concierto vasco o en las vacaciones fiscales lo entenderán enseguida. Defender la idea de España como nación debería ser tan innecesario como defender que el sol sale por el este.
Pero la Historia de España es como es y no hay posibilidad ni necesidad de renunciar a nuestros orígenes que han dado lugar a varias culturas poderosas y a varias lenguas y tradiciones diferentes. Esa diversidad no está reñida con la unidad. ¿Por qué no una nación de naciones en la que todos los diferentes se sientan cómodos? Eso sí, sin privilegios fiscales, económicos ni políticos, en la que todas las naciones tengan la misma influencia, sin que ninguna pueda chantajear ni oponerse a las demás naciones ni a la nación común.