Manuel Fraga

Es imposible entender la historia española de la segunda mitad del siglo XX sin referirse a la presencia e influencia constantes de Manuel Fraga. Pocos merecen como él la calificación de estadista y hasta sus adversarios acuñaron aquello de que “Fraga tiene el Estado en la cabeza”. Patriota sin alharacas, lo dio todo por España, aunque en no pocas ocasiones no fue correspondido con la justicia y la generosidad que merecía. Para muchos de mi generación, nuestro primer Fraga fue el profesor que abría siempre nuevos horizontes y estimulaba al estudio. No puedo olvidar mi primera entrevista con Fraga, hace más de medio siglo, como joven licenciado recién llegado de mi natal Salamanca. Me recibió en su despacho del Instituto de Estudios Políticos del que salí con una torre de libros entre los brazos y una recomendación típicamente fraguista: “Para que vaya leyendo”. Fue ministro con Franco, pero él veía el futuro de España como un país plenamente europeo y democrático. No podía ser de otra manera en quien explicaba con entusiasmo el funcionamiento del Parlamento británico o del Congreso de los Estados Unidos. Su ley de Prensa de 1966 ha recibido no pocas críticas, pero sería injusto no señalar que en aquella norma suprimió la censura previa, vigente desde la guerra civil. Quedaron otros obstáculos para la plena libertad de Prensa porque los más duros del régimen así lo impusieron. Pero es evidente que los márgenes de las libertades de expresión y de Prensa se ampliaron y que, poco a poco, se fue creando aquello que se llamó “el Parlamento de papel” que preparó e hizo más fácil el proceso de la Transición, antes incluso de que Franco muriera.
La voluntad democrática de Fraga era patente para quienes tuvimos ocasión de conversar con él por aquellos tiempos. Recuerdo muy bien una conversación que tuvimos con él algunos responsables del Grupo 16, poco antes de que marchara a Londres como embajador. Era patente que pensaba en una España pluralista y democrática y sin exclusiones Si alguien dudaba de su compromiso pluralista tuvo que rendirse a la evidencia cuando en plena Transición no vaciló en presentar a Santiago Carrillo en aquel centro de debates que era el Club Siglo XXI. Su pensamiento centrista lo ratificó en público en un discurso que pronunció en el Palacio de Montjuich en Barcelona, en noviembre de 1974, cuyo tema central era, en aquel momento, totalmente novedoso: “España no se puede gobernar desde la derecha ni desde la izquierda, hay que gobernarla desde el centro”. Porque de Fraga se dice que fue el gran federador de la derecha, lo que sin duda es cierto, pero creo de justicia subrayar que siempre miró al centro, aunque Suárez se le adelantara. Esta idea la concretó en el proceso de la refundación de la vieja Alianza Popular, que se transformó en Partido Popular. Participé intensamente en aquella empresa y hablé mucho con él durante aquella etapa y era evidente que su objetivo era crear un gran partido de centro derecha que, tanto ideológica como sociológicamente, fuera mucho más allá de lo que había sido la Alianza Popular, que había llegado al límite de sus posibilidades. Si hoy en España hay un gran partido que cubre ese amplio espectro político que va del centro a la derecha democrática (“civilizada”, como se decía en tiempos de la Transición), a diferencia de lo que ocurre en otros países europeos donde se trata de un espacio político muy fragmentado, se debe a la visión de Fraga, concretada en la refundación del Partido Popular que él puso en pie en 1988/89.
También tenía muy claro que una vez que el Partido Popular estuviera en marcha su misión estaba cumplida y que tenía que pasar a un segundo plano. Así me lo dijo personalmente en una de aquellas conversaciones en torno a la idea de la refundación. Después de consultar con los más destacados dirigentes del partido entregó el testigo a Aznar., que subrayó la idea del centro reformista y puso al partido el condiciones de acceder a las responsabilidades de gobierno. Pero Fraga se sentía en plena forma y volcó todo su entusiasmo y su envidiable capacidad de trabajo al servicio de Galicia, su región natal, cuyo amor por ella ha sido una de las constantes de su vida hasta su mismo final. Su larga etapa con Presidente de la Xunta suscitó valoraciones positivas generales. Algún responsable extranjero se preguntaba cómo un hombre con esas capacidades políticas estaba en la política regional en vez de ocupar un lugar relevante en la nacional. La última etapa de Fraga ha sido como senador por la Comunidad Autónoma de Galicia. Era admirable verle en su escaño con un enorme mazo de periódicos, subrayando artículos y cortando páginas a la vez que atendía con interés al desarrollo del debate. En alguna ocasión recibía yo en mi despacho un artículo enviado por Fraga que estimaba podría interesarme.
El legado de Fraga es enorme tanto en el plano intelectual como en el político. Por su formación, que no se limitaba a las materias que profesaba en la Universidad, Fraga ha sido un gigante en la escena política española. Su producción bibliográfica ocupa toda una biblioteca y muestra, además, la enorme capacidad de lectura que tenía y que insuflaba a los demás. Recuerdo cuando yo tenía mis primeros veinte años, me dio un libro en inglés para que hiciese una recensión para la “Revista de Estudios Políticos”. Cuando le dije que mi inglés no era todavía muy bueno, su respuesta fue también típicamente fraguista: “Diccionario, mucho diccionario”. En suma, un gran intelectual, doblado de un político incomparable, algo excepcional en estos tiempos nuestros.