Siglo XXI: La era de la depresión
En los últimos 60 años, la depresión se ha duplicado. Actualmente, en los países occidentales, el 9% de la población adulta la padece. Las causas generales de este aumento se encuentran en los conflictos de educación, la falsa maduración precoz, la crisis de la familia, la ingesta de drogas y sobre todo porque se ha prolongado la expectativa de vida, y se sabe que por encima de 70 años la frecuencia de la depresión se multiplica por tres. Además, de cada cuatro casos, tres son mujeres, “sobre todo por el ciclo genital femenino –explica el doctor Francisco Alonso-Fernández, catedrático emérito de Psiquiatría de la Universidad Complutense de Madrid y presidente de la Asociación Europea de Psiquiatría–. Este tiene tres momentos en los cuales disminuyen las hormonas femeninas y se incrementa la susceptibilidad. Pero, además, hay un cúmulo de factores tales como la personalidad: la mujer es más sensible, sintoniza mejor con el exterior y está dispuesta a darse más a los demás, pero, al mismo tiempo, depende más de los demás; o la posición social, que aunque se ha equilibrado a la del hombre, aún hay desventajas”.
El fenómeno de la depresión ha sido reconocido desde hace más de dos mil años. Los antiguos griegos a partir de Hipócrates describían la melancolía –el antecedente conceptual de lo que hoy entendemos por depresión– como un estado de profundo abatimiento provocado por la excesiva acumulación de bilis negra. Hoy, los científicos coinciden en describirla como una enfermedad de evolución dilatada o recurrente que afecta al 20% de la población mundial, cuya génesis se debe a la interacción entre factores genéticos y ambientales. Pero el doctor Alonso-Fernández va más allá al apuntar por primera vez que la depresión presenta “un modelo tetradimensional, donde la sintomatología queda distribuida en cuatro dimensiones: el estado de ánimo doloroso, la carencia de impulsos, el bloqueo de la comunicación y la anarquía de los ritmos. Si una función se desequilibra, tiende a arrastrar a las demás”. Se trata de un mundo de soledad abismal en el que el afectado no permite la entrada a otros por miedo a no ser comprendidos por los demás, o por pensamientos negativos hacia el prójimo –celos, desconfianza…–.
Las causas fundamentales se representan divididas en cuatro grupos: la genética; la situativa, basada en una situación de la vida que puede ser de duelo, soledad, inestabilidad; la psicógena, originada por un conflicto psíquico que generalmente viene de la infancia; y la somatógena, suscitada por enfermedades somáticas graves.
Aunque el mayor índice depresivo se produce a partir de los 70 años, lo cierto es que la depresión es una enfermedad que acompaña al ser humano desde el nacimiento hasta la tumba. Ya en el lactante y durante la primera infancia puede aparecer en forma de un llanto pertinaz, una falta de expresividad emocional o un trastorno del sueño que “generalmente obedecen a un abandono, a herencia genética o a un trastorno corporal”, añade el doctor. Hay modalidades humanas especialmente predispuestas a la depresión: “Los obesos, los inmigrantes, los parados adultos, y los enfermos terminales. Precisamente en este último grupo surge un factor muy importante que seguramente preocupe a los interesados de la ética, y es que el 70% de los enfermos terminales que mantienen una solicitud de eutanasia o de suicidio asistido tiene un trastorno depresivo, de manera que realmente esta petición no es un deseo, sino que es un síntoma de esta enfermedad”.
El doctor señala que existen una serie de pautas personales para eliminar el riesgo de sufrir depresión en más de un 50%: saber hacer frente al estrés agudo y al crónico, mantener relaciones sociales y confidenciales amplias, realizar ejercicio físico, abstenerse de drogas o llevar un plan de vida regular. Por ejemplo, acostarse antes de las 12 de la noche es una pauta protectora. Además, la alimentación juega un papel crucial. Se aconseja una dieta hipocalórica, abundante en hidrocarbonatos de metabolización lenta –como es el arroz y la pasta–, y, al mismo tiempo, incluir un suplemento de cuatro nueces al día –porque tienen un ácido graso insaturado–. En cambio, se deben evitar azúcares, chocolates y grasas fuertes.
¿Cuándo acudir al psiquiatra?
“Cuando la persona se encuentra con el ánimo bajo, cambian sus ideas y estas se transforman en fracaso y desilusión, tiene desinterés por la vida, se encuentra sin energías y no dispone de la misma iniciativa que antes, deja de comunicarse ampliamente con los demás o contesta con monosílabos, pierde el apetito o come excesivamente, duerme mal y a lo largo del día cambia de humor… Cada una de estas pistas corresponde a una de las cuatro dimensiones. Si se prolongan por más de dos semanas, es momento de acudir al especialista”.
Hay personas que tienen humor depresivo y, sin embargo, su mímica es sonriente, bien porque se trata de un gesto estereotipado, o porque con la sonrisa tratan de ocultar a los demás su estado interior. Pero lo normal es que la depresión vaya acompañada de una mímica afectiva: “Movimientos lentos, voz débil y apagada, suspensión de movimientos espontáneos, su postura predilecta es la de mantenerse sentado e inmóvil, con el tronco abatido y la cabeza inclinada hacia abajo y sostenida por una mano en la frente, mejilla o mentón, la mirada se queda perdida cuando habla con el interlocutor, la expresión facial es rígida y el vestuario es descuidado”.
El tratamiento se lleva a cabo en tres vertientes: el plan de vida, la comprensión del entorno y la elección de medicamentos. Al principio tienen más importancia los fármacos, pero luego la comprensión y el seguimiento personalizado son relevantes. La familia del enfermo juega un papel crucial en su recuperación. “No se le debe pedir al enfermo cosas que no puede hacer, como por ejemplo decirle ‘tienes que sobreponerte’. Al ponerle ante una perspectiva que él no puede realizar, se siente abandonado. Solamente hay que estimularlo, darle compañía y cariño, y apoyar la orientación del terapeuta”.