¿A quién le importa la verdad?
“La verdad de ninguna cosa tiene vergüenza sino de estar escondida”
Lope de Vega
En los últimos 50 años, nunca como ahora, la ignorancia, la degradación y el oportunismo llegaron tan alto, ni nuestras instituciones cayeron tan bajo; parece que los cimientos de la decencia han sido socavados por trepadores de toda índole.
Las instituciones no tienen alma propia; son simplemente espejos que reflejan el carácter y los valores de quienes las componen.
Incrédulos, vemos como el pilar de la mentira se alza sobre la realidad: la negritud de la noche, es hoy el resplandor de un dorado amanecer; la víctima es culpable; la farsa es la reina del discurso político y social; a los delincuentes los protege la ley, y un animal tiene más derechos que una vida humana.
Según quien sea el sujeto, los delitos desaparecen tras las condenas: los medios que denuncian y aportan pruebas de los abusos de poder son puestos en el punto de mira y etiquetados como sospechosos de estar al servicio de ideologías políticas convenientemente estigmatizadas, y los jueces que intentan hacer justicia respetando la ley, en un desesperado intento de intimidación, son señalados, advertidos y criticados por el poder. Se ha invertido la carga de la prueba. Los días ahora son noches y las noches, días.
Como en la historia de Sodoma y Gomorra, me pregunto si aún quedará algún justo al que le interese averiguar la verdad de lo que está ocurriendo.
Hay situaciones extremas en las que más terrible que la propia calumnia, es la verdad. Una verdad que a menudo es incómoda y hasta peligrosa en un mundo donde los intereses personales, corporativos, y mediáticos, frecuentemente se alinean para suprimirla.
En el cumplimiento de su misión de vigilantes independientes, algunos medios han detectado y expuesto a la opinión pública, presuntos abusos de poder, corrupción, y otras irregularidades, supuestamente llevadas a cabo por familiares y allegados a las más altas instancias del poder ejecutivo. Hechos, que en cualquier democracia consolidada, habrían puesto el punto y final a la continuidad de sus protagonistas al frente de sus privilegiados cargos.
A pesar de que en este contexto, la verdad, no es solo un hecho objetivo, sino una fuerza con profundas implicaciones morales, sociales y éticas —de trascendental importancia porque tiene el potencial de corregir una corrupción con innumerables ramificaciones— la cruzada de quienes buscan la verdad, los ha puesto en el punto de mira del poder, viéndose amenazados y desacreditados por aquellos que tienen un manifiesto interés financiero, social y político en mantener su statu quo.
Es doloroso comprobar como hay lacayos sin la más mínima dignidad profesional, que al servicio de la jerarquía, obscenamente niegan la evidencia palpable y manifiesta. Los encontraremos en todas partes en cualquier época de la historia, y en todas las profesiones: incluso en aquellas que supuestamente tienen la misión de denunciar y perseguir el delito.
En España todavía quedan algunos “Anna Politkóvskaya” —periodista a quien la búsqueda de la verdad la llevó a ser amenazada y finalmente asesinada— y que como Gary Cooper en la película “Solo ante el peligro”, se enfrentan cada día a las presiones, ataques, descalificaciones y amenazas —veladas y no tan veladas— de quienes su único objetivo es mantenerse en el poder, como sea, y a costa de lo que sea.
Lo verdaderamente escandaloso es que aquellos cuyo único propósito es perpetuarse en el poder necesitan y pretenden dinamitar el pacto constitucional que los españoles nos dimos libremente en 1978.
Los campeones de la “transparencia”, cuyos actos son más opacos que el alquitrán; los que llegaron al poder prometiendo regenerar la vida política, se han dedicado a colonizar todas las instituciones a su alcance y las han convertido en una ciénaga nauseabunda. Han llevado al país a una irrelevancia internacional sin precedentes, como evidencian los desplantes, humillaciones y chantajes de los dirigentes de Marruecos, Venezuela y, recientemente, México. Y mientras tanto, el nivel de la deuda pública sigue aumentando hasta alcanzar niveles casi insostenibles; la capacidad de comprensión y el abandono escolar temprano, alcanzan una de las tasas más altas de la Unión Europea, y se maquillan las cifras del desempleo tapando la realidad de los parados con la grotesca capa de los “fijos discontinuos”.
Estos mismos que dicen defender a los más débiles, no dudan en asfixiarlos con una presión fiscal insoportable que amenazan con aumentar, y han convertido la política de vivienda en un obstáculo insalvable para la juventud; ello mientras la inflación dispara el coste de vida, mina el poder adquisitivo de los españoles y a los pobres los hace más pobres todavía.
Han convertido el transporte ferroviario en un caos diario —no sé si para desviar la atención de los ciudadanos sobre los graves problemas personales en los que están inmersos— pero tras las tres legislaturas que llevan en el poder, la culpa de los descalabros ferroviarios es del anterior gobierno de la oposición, de los fabricantes de los trenes, de las obras de la red, de los robos y los sabotajes… y a este paso mucho me temo que la culpa pueda llegar a ser de los ingenieros británicos que diseñaron la infraestructura y el material rodante de la primera línea ferroviaria española en el siglo XIX.
En su forma despótica de concebir y ejercer el poder, para silenciar cualquier tipo de crítica, se permiten el lujo de amenazar con perseguir la acción de periodistas, medios de comunicación y miembros de la judicatura que osan cumplir honestamente con el mandato constitucional.
Gracias al permanente chantaje político de aquellos que votaron su investidura, no pueden gobernar, aunque pienso que ello, tampoco es que les importe mucho porque lo que verdaderamente persiguen, no es ser, sino estar.
La pregunta del millón es “para qué”.
Con una clara tendencia autocrática, desprecian a la oposición, colonizan instituciones, empresas y organismos públicos con antiguos cargos del Gobierno o militantes del Partido, situando a las mismas en un estado de dependencia y control del Gobierno sobre órganos que, por mandato legal, deberían estar libres de influencias partidistas.
Ignoran al Senado, desafían al Parlamento y prometen a los separatistas catalanes un concierto fiscal, que de facto, dinamitaría la Constitución y la igualdad entre españoles.
Lo más asombroso es que pese a todo —según las encuestas— siguen teniendo un respaldo electoral tan considerable, que no me extrañaría que volviesen a revalidar su continuidad al frente del Gobierno, lo que demuestra que una parte significativa de la sociedad española permanece anestesiada, insensible a la corrupción política y moral de aquellos a quienes vota, dispuesta a sacrificar la alternancia democrática en aras de no se sabe qué utopía perversa.
Un sujeto que persigue el poder por el poder para perpetuarse en el poder, sin duda alguna es el enemigo más peligroso para su país.
La democracia, al igual que la caridad, debe empezar por uno mismo, y nadie puede dar aquello que no tiene. No se puede esperar democracia de quien no gobierna pensando en el bien del pueblo, sino en su propio beneficio.
Cuando los ciudadanos son testigos de la impunidad que asiste a los corruptos y de la provocación de la que hacen gala al responder con amenazas, mentiras y bravuconadas, a pesar de los esfuerzos de los medios de comunicación, organizaciones civiles y personas comprometidas con la verdad, pueden sentirse impotentes y desencantados.
La lucha contra la corrupción requiere un esfuerzo colectivo y sostenido. Cada pequeño acto de resistencia y cada voz que se levanta en favor de la verdad contribuye a crear un ambiente donde la justicia pueda prevalecer. Aunque la batalla es ardua y a menudo desalentadora, es crucial recordar que el cambio es posible y que la indiferencia solo beneficia a aquellos que desean mantener su statu quo.
Como decía Aristóteles más que decir la verdad, es preciso mostrar la causa de la falsedad, porque la verdad no es de quién grite más. Los que no quieren cargar con ella, ya se preocupan de interpretar lo mejor posible su personaje.
En la sociedad de la que formamos parte, no sé si habrá alguien a quien le interese buscar la verdad porque puede correr el riesgo de encontrarla.
César Valdeolmillos Alonso